LUZ EN EL ABISMO
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At the Abyss: An Insider’s History of the Cold War (En el abismo: Historia de un protagonista de la Guerra Fría).
El libro de Thomas C. Reed (ex secretario de la Fuerza Aérea norteamericana) prologado por George Bush padre, relata con lujo de detalles cómo vendieron a la Unión Soviética chips de computadoras diseñadas para pasar los controles de seguridad soviéticos, pero que colapsaban poco tiempo después de empleados.
«Les vendimos seudosoftwares que dislocaban las fábricas; Ideas convincentes pero fallidas para la aviación de guerra y la defensa aeroespacial encontraron cabida en los ministerios soviéticos», dice Reed, quien fue miembro del Consejo de Seguridad Nacional y estuvo al tanto de la operación.
El plan más brillante —añade— consistió en introducir dentro del software del principal gasoducto soviético un programa malicioso, conocido como troyano, capaz de alojarse en la computadora y permitir el acceso a usuarios externos para obtener información o controlar de manera remota la máquina anfitriona. «En vez de atacar el suministro de gas soviético, es decir sus ganancias monetarias de Occidente y la economía interior soviética, creamos el software principal del gasoducto que llevaría el gas natural desde los campos de Urengoi, en Siberia, a través de Kazajstán, con destino a Europa Occidental. El sistema que operaba las bombas, turbinas y válvulas estaba programado para enloquecer. Después de un intervalo de tiempo indicado, resetearía la velocidad de las bombas y la configuración de las válvulas, para producir una presión muy por encima de la que las juntas de la tubería podrían soportar...».
El resultado fue la explosión no nuclear y el fuego más grande visto desde el espacio. Partes de las gruesas paredes del gasoducto fueron encontradas a más de 80 kilómetros del lugar. A pesar de que no se registró ninguna víctima humana, el daño económico fue terrible, hasta el punto de que los expertos consideraron este desastre como una de las causas principales de la crisis económica soviética. Y no solo por la explosión, que en última instancia no fue el peor daño. Cuando se dieron cuenta de que la razón por la que colapsaron los sistemas fue el software contaminado, los soviéticos se enfrentaron a la terrible pesadilla de que les sería imposible saber cuáles equipos, de la gran cantidad de componentes comprados en el mercado occidental o copiados de los modelos norteamericanos, estarían contaminados y cuáles no.
Reed, termina: «Pusimos toda la tecnología bajo sospecha y Reagan entonces jugó la carta de la Guerra de las Galaxias. Sabía que la industria electrónica soviética estaba infestada con virus, bichos y caballos de Troya impuestos por nuestra comunidad de inteligencia. Fue una operación brillante. Pusimos todo bajo sospecha». El muro de Berlín cayó.
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